Estas
dos montañas representan a una doncella y un joven guerrero Tlaxcaltecas.
Iztaccíhuatl, era la princesa tlaxcalteca más bella y depositó su amor en el
joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.
Ambos
se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió
al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y
prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si
regresaba victorioso de la batalla.
El
valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la
promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor.
Al
poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos
se profesaban, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había
muerto durante el combate.
Abatida
por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió.
Tiempo
después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la
esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el
fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl.
Entristecido
con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que
decidió hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa
permaneciera en la memoria de los pueblos. Mandó construir una gran tumba ante
el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme montaña.
Tomó
entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó
inerte sobre la gran montaña. El joven guerrero le dio un beso póstumo,
tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su
sueño eterno.
Desde
aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro.
Con
el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes
que seguirán así hasta el final del mundo.
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