Cuenta la leyenda que a mediados del siglo XVII llegaron a la
Villa de Córdoba dos jóvenes artesanos, se presentaron ante el párroco y le
pidieron el trabajo de tallar las imágenes de la Virgen de los Dolores de
la Soledad de María, de Señor San José y del Sagrado Corazón de
Jesús, comprometiéndose a realizarlas en poco tiempo, con la única condición de
que no fueran molestados mientras hacían su labor y que los alimentos los
dejaran en la parte de afuera del lugar que se les condicionó como taller.
Los maestros, disculpándose de no aceptar una invitación a
comer por la urgencia que tenían de empezar inmediatamente las imágenes, se
encerraron en el taller donde permanecieron sin ser vistos durante varios días.
Una mañana, la encargada de llevar los alimentos llevó como de costumbre el desayuno al taller
y lo dejo en la mesita junto a la cerrada puerta. Al mediodía que volvió con la
comida y se encontró con que el desayuno seguía en el mismo lugar, luego de
golpear bien fuerte las carcomidas maderas, puso los alimentos en la mesa pero al caer la tarde
llegó con la cena y vio que allí estaban el almuerzo y la comida como ella
misma los había dejado, corrió alarmada a llamar al señor cura quien llegó al
taller acompañado del sacristán. Intrigados porque nadie respondía, decidieron
echar abajo la puerta y cuando al fin lograron derribarla y entrar en el
cuarto, se quedaron mudos del asombro.
Allí, en medio de aquel improvisado y desierto taller, con
las trémulas manos fuertemente enlazadas a la altura del pecho como si quisiera
acallar los latidos de su desgarrado corazón, hermosa en su desamparo y su
angustia, la Reina del Cielo, sola con su dolor parecía sollozar. De los ojos
enrojecidos por el llanto dos gruesas lágrimas resbalaban sobre las mustias
mejillas, y por los labios ligeramente entreabiertos por la aflicción semejaba
escaparse, hondo y callado, un largo lamento.
Sin poder articular palabra cayeron de rodillas ante la
imagen de Nuestra Señora de la Soledad, y cuando repuestos de su asombro
buscaron a los artistas se dieron cuenta que los dos jóvenes habían
desaparecido del cerrado taller. En un extremo de la pieza estaban las imágenes
del Sagrado Corazón de Jesús y de San José, tan hermosas y bien terminadas como
la de la Inmaculada, y sobre el banco de trabajo los platos con toda la comida
de aquellos cinco días, donde dicen los relatos que los alimentos se hallaban
intactos.
Los cordobeses la consideran su protectora ya que cuentan
que la virgen ha abandonado su nicho para evitar que alguna desgracia cayera
sobre el pueblo, como sucedió en los tiempos en que se libraban batallas por la
independencia, cuentan que la virgen se presentó ante el encargado de cuidar
las municiones, que adormecido había dejado sobre un barril de pólvora un cabo
de vela encendido, prevenido por la aparición celestial despertó a tiempo para
apagarlo, evitando una desgracia.
En otra ocasión se dio a conocer la noticia de que un ciclón se dirigía hacía
Córdoba, se tomaron las medidas necesarias aunque el ciclón se desvió sin
causar daños a la ciudad, aunque su cola si causó desgracias en las poblaciones
cercanas, cuentan que en las horas de mayor pánico alguien vio a una hermosa
mujer vestida con un oscuro y largo manto y quien se negaba a buscar refugio
alegando que debía cuidar a sus hijos, lo asombroso de esto es que al día
siguiente fueron encontradas manchas de barro en el manto de la virgen.
El tiempo se ha encargado de otorgarle algunos milagros como los mencionados.
En Semana Santa los cordobeses pueden contemplar la imagen en la procesión del
silencio, esta tradición se ha realizado desde que la imagen fue tallada hasta
la actualidad.